Cae la noche sobre el horizonte
ocultando las horas tempranas de la tarde.
No hay estrellas, y la luna no aparece.
El cielo copado de nubes la oculta, la silencia.
La calle se presta solitaria
y llueve en la oscuridad
debilitando las viejas hojas de los árboles.
Solo las farolas florecen
en medio de una lluvia agitada
por un viento que no cesa,
volviendo del revés los pensamientos
que caminan en esta nocturnidad desapacible.
El paisaje falto de luz
destempla la calidez de la estancia.
Se enfrían los sentimientos.
La hoguera del corazón se apaga.
Las manos vacías duelen.
Los labios se pliegan, envejecen,
y los ojos se pierden en un horizonte ciego,
buscando palabras que despierten
en una alameda dorada de primavera,
donde se desplieguen las estrías de la noche
que quiebran los albores.
Así quiero, y quiero,
que despierte en mi
el perfume del limonero.
Aroma que traspasa
las barreras del olvido
e imprime burbujas en el sentir
y en los sentidos,
abriendo diferencias.
Pero de momento,
la tarde oscura y pluviosa,
late lenta entre las sombras.