No veo, pero imagino
aquel lugar de ensueño,
que tampoco sé si existe
o solo es producto del pensamiento.
Un pensamiento que vuela sin alas
en pos de los volantes del viento.
Tal vez allí nacen las flores abrazadas
porque así las pinto,
y el río serpentea entre ellas
en campo abierto,
sin arbustos que me impidan ver
sus aguas cristalinas y serenas,
desbordadas y bordadas en su cauce.
Un árbol frondoso en pleno verdor
para cobijar de la lluvia o del calor,
o donde dejar la desnudez
prestada al cálido cristal,
en el que se mira un lucero
cuando el día pierde su nombre.
¿Un lucero?
quizás tú…
hombre de mi memoria,
que sin pensarlo ni pretenderlo,
te cuelas siempre entre los renglones
de mi pálido verbo.
Y mientras apareces en mis líneas,
me robas el pensamiento
y mi lugar de ensueño se diluye,
desgranando gotas de silencio
sobre mi campo, árido.