¡Oh Dios mío, no puedo dormir!,
tengo las velas desplegadas del pensamiento
y la quilla atorada en mar ajeno
sin poder navegar hacia los sueños,
y descansar los sentimientos
que matan mi corazón.
Miro el reloj, noche avanzada,
no encuentro acomodo para mi piel
que se lacera entre rugosas sabanas.
Quiero salir de este mar revuelto
pero no hay agua, ni viento,
solo un leve suspiro de mis labios
que no encuentran sosiego en este insomnio solitario.
Una luz mortecina se filtra por los ojos de la persiana.
Amanece,
la noche echa el telón sin cerrar mis ojos,
y la línea de mi espalda fría como la escarcha
mientras me desperezo de una noche de enojos,
entre un remolino de vueltas por el desierto de mi cama.